lunes, 24 de agosto de 2009

MIEDO



Hoy es uno de esos días en los que la realidad me supera, y ya no puedo negarlo más. Intento hacerme la fuerte, fingir que he borrado el pasado y dibujar una sonrisa, pero hoy no puedo más.

Siento que tengas que leer esto. Es ahora cuando me arrepiento de haberte dado la dirección donde encontrar estas malditas confidencias, pero es el único lugar en el que consigo desahogarme e incluso a veces sentirme comprendida.

La única relación estable que he tenido en mi vida ha durado cerca de dos años. Cuando lo conocí supe que tenía que ser mío, e hice todo lo posible para conseguirlo.
Con él pasé los mejores momentos de mi vida, descubrí sensaciones que ansiaba desde hacía mucho tiempo y sentí cosas que no se pueden explicar, que no caben en los libros, que nunca nadie había sentido antes.
Durante mucho tiempo él fue el único motivo para levantarme cada día, mi única razón, mi única meta… Yo había pasado a un segundo plano, me había centrado en él y el resto del mundo ya no contaba para mí. Él lo era todo.
El problema es que la única que tenía las cosas claras era yo, y él de lo único que no dudó nunca fue de lo muchísimo que le quería. Sabía que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por él, cualquiera, y se aprovechó de eso.

Llegamos a un punto en el que él ya no podía dudar, pero lo seguía haciendo. Sus dudas lo desequilibraron todo y yo empezaba a no tener nada claro… Yo tenía mil motivos para desconfiar de él, ¡pero no lo hacía! No quería hacerlo, no…

Después de superar numerosos momentos bajos, parecía que nuestra relación volvía a encauzarse. Aquel domingo volvíamos a mi casa después de haber pasado el fin de semana juntos. De repente dejó de hablarme y se apartaba ante cualquier muestra de cariño. Yo no entendía el motivo, y supuse que estaría algo cansado de mí después de haber pasado tanto tiempo juntos. No le di importancia.
De pronto él se desvío de calle y desapareció de mi vista. Me dije a mi misma que ya hablaríamos y continué mi camino.
Cuando llegué a casa, él estaba en mi portal, desafiándome con la mirada. Le pregunté qué le pasaba y antes de que pudiera acabar la frase, estaba gritándome, insultándome… ¿Por qué? Por haberme fumado un pitillo -odia el tabaco, yo llevo 6 años fumando-.
Le dije que era una tontería, que se estaba poniendo muy nervioso y me quería ir. Al principio no me dejaba moverme, pero conseguí entrar en mi portal e intenté convencerle de que se fuera a casa, que pensase las cosas en frío para darse cuenta de que era una gilipollez, porque yo no quería discutir. Él no paraba de gritar cosas sin sentido.
No sé cómo lo consiguió pero logró entrar en el portal detrás de mí. Yo estaba muy nerviosa, él no paraba de gritarme con la mano levantada, a tres centímetros de mi cara. Le rogué que saliese y él me contestó con un bofetón.
Me temblaba todo el cuerpo, tenía miedo.

Miedo. Desesperación. Frío. Temblor. Incredulidad. Odio.
Pero sobretodo MIEDO.







No sabía qué hacer y no sabía a dónde él estaba dispuesto a llegar. Le dije que si no se marchaba enseguida, llamaría a mi padre… Le dio igual. Me propinó un empujón que me dejó anclada en la pared del portal… El miedo no me dejaba pensar, las lágrimas apenas me permitían respirar… Entonces se dio la vuelta y abrió la puerta dispuesto a salir, no sin antes escupir un doloroso “¡Muérete, Eva! ¡Muérete!”.

Mi espalda se escurrió apoyándose en la pared hasta que me quedé sentada en el suelo. Aquellas palabras atravesaron mi cuerpo, llevándose en el impacto mi alma… Él intentó volver a entrar, pero la puerta ya se había cerrado y yo decidí subir a mi casa para salir de aquel lugar, de su mirada.

Ese día mi vida se desmoronó. No volví a ser la misma ni él volvió a ser el mismo para mí. Desde entonces no he vuelto a dormir una noche del tirón y… y nada ha vuelto a tener sentido…